Una oveja descarriada

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Van Hoffman
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Una oveja descarriada

Mensaje por Van Hoffman »

Tarde del 29 de Sommerzeit del 2521 CI, Aubentag, despacho de Ernst Gullit

Hacía un minuto escaso que Johann Kohler, mercader de Dunkelberg, salía de su despacho. Ernst Gullit era un próspero pero humilde comerciante de telas de la comunidad sigmarita del Noordmuur. Sus negocios consistian en importar tejidos Imperiales para venderlos a sastres en Marienburgo, y exportar luego esos tejidos a regiones distantes como Bretonia o Estalia. Aquella misma tarde, acababa de cerrar un importante trato para su negocio. Actuaría de intermediario entre una importante casa mercantil reiklandesa y un rico y poderoso Barón bretoniano. Ernst estaba muy orgulloso de si mismo.

Se levantó de su sillón forrado de cuero wissenlandés y se sirvió una copa de vino de Bordeleaux de su mueble-bar. Ernst no era rico, ni mucho menos, y era muy devoto, pero ocasionalmente, sobretodo cuando cerraba un buen trato, gustaba de permitirse un pequeño lujo terrenal. Justo cuando se sentó de nuevo, la puerta de su estudio se abrió y apareció su joven hijo mayor en el umbral.

Ernst estaba orgulloso de su hijo Jan-Peter. Lo estaba educando para que algun día, pudiese sucederle al frente de su negocio, y para que se convirtiera en un mercader rico y prospero. Si, la ambición de todo padre, que su hijo heredase su negocio y lo llevase mucho más arriba que él mismo.

- Buenas tardes hijo mio. Hoy he cerrado un importante negocio con un mercader de Reikland. ¿Quieres una copa para celebrarlo?

Ernst le dedicó una afable sonrisa a su hijo mientras le invitaba a sentarse en una de las sillas frente al escritorio.
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kurgan
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Re: Una oveja descarriada

Mensaje por kurgan »

Jan-Peter Gullit

Toc, toc.

-¿Se puede?

Visiblemente nervioso, Jan-Peter entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí. Tenía diecisiete años, una férrea educación sigmarita, y nunca se había enfrentado a su padre en nada...

- Buenas tardes hijo mio. Hoy he cerrado un importante negocio con un mercader de Reikland. ¿Quieres una copa para celebrarlo?

-E... El vino es la raíz de muchos pecados-"Sigmar, ayúdame a decírselo". Jan llevaba un día preparando mentalmente el discurso, pero de repente se quedó en blanco, así que se aferró a lo que le quedaba más a mano: los negocios de su padre-. ¿Así que, al final, Kohler ha decidido aceptar la oferta? ¿Los Haagen no lograron copar el mercado bretoniano del todo?

Mientras Ernst se explayaba en torno a los detalles de la negociación ("tienes que estar seguro de ti mismo, hijo, esa es la clave"), Jan estaba en otro mundo. Cuando su padre dejó de hablar, hacía tiempo que no le estaba escuchando...

-Padre... Muchas felicidades, pero no he venido a hablar con usted de eso. Pero, por favor, déjeme hablar hasta el final-tomó aire-, es sobre Anna.

Hubo la más breve de las pausas. Evitando mirar a la cara de su padre, Jan continuó.

-He hablado con un joven, padre, me contó que la había visto. Hace meses que no sabemos de ella, madre llora cuando no la ve usted, aunque se lo haya prohibido, y los niños de ella se acuerdan aunque no les permita decir su nombre. Sigue en estado, padre, no ha perdido al niño, pero si las cuentas que he echado son ciertas, pronto lo tendrá. La han visto en una casa de mala reputación, padre. Ese niño es su nieto y mi sobrino, cuando lo tenga. No se puede criar ahí, ¿qué culpa tiene él de los pecados de su madre? Padre, déjeme ir a buscarla. No es más que una niña, aunque sea una pecadora. Yo la convenceré de que nos entregue al niño, aunque usted, padre, no la deje volver a casa. Ella no tiene que volver, pero el niño nos lo dará, porque la haré entrar en razón. lo criaremos como si fuese su hijo, nuestro hermano, y nunca sabrá que su madre es otra que la mía.

Jan tomó aire. Estaba rojo como la grana, había hablado de forma precipitada y casi sin coger aire, y tenía miedo de lo que pudiera venir ahora...
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Van Hoffman
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Re: Una oveja descarriada

Mensaje por Van Hoffman »

Ernst se sentó en su sillón de cuero mientras su hijo entraba.

-E... El vino es la raíz de muchos pecados ¿Así que, al final, Kohler ha decidido aceptar la oferta? ¿Los Haagen no lograron copar el mercado bretoniano del todo?

Ernst sonrió. Durante unos largos minutos, estuvo explicandole a su hijo las beneficiosas negociaciones que había llevado a cabo con Kohler y los comerciantes imperiales. Se explayó con gusto utilizando jerga mercader y expresiones que había inventado para definir conceptos abstractos. Pasados casi cinco minutos de monólogo, Ernst dejó de hablar.

- ...así que ya ves, aún confían en los pequeños comerciantes.

-Padre... Muchas felicidades, pero no he venido a hablar con usted de eso. Pero, por favor, déjeme hablar hasta el final, es sobre Anna.

Se hizo el silencio en el despacho. La sonrisa de Ernst se transformó en una expresión ceñuda y severa. El hombre miró con ojos penetrantes a su hijo, que le rehuía la mirada. Un breve silencio tenso e incomodo, que pareció una eternidad.

-He hablado con un joven, padre, me contó que la había visto. Hace meses que no sabemos de ella, madre llora cuando no la ve usted, aunque se lo haya prohibido, y los niños de ella se acuerdan aunque no les permita decir su nombre. Sigue en estado, padre, no ha perdido al niño, pero si las cuentas que he echado son ciertas, pronto lo tendrá. La han visto en una casa de mala reputación, padre. Ese niño es su nieto y mi sobrino, cuando lo tenga. No se puede criar ahí, ¿qué culpa tiene él de los pecados de su madre? Padre, déjeme ir a buscarla. No es más que una niña, aunque sea una pecadora. Yo la convenceré de que nos entregue al niño, aunque usted, padre, no la deje volver a casa. Ella no tiene que volver, pero el niño nos lo dará, porque la haré entrar en razón. lo criaremos como si fuese su hijo, nuestro hermano, y nunca sabrá que su madre es otra que la mía.

Las palabras brotaron a borbotones de la boca de su hijo, como una gran fuente. Ernst casi no podía asimilar lo que le estaba diciendo. Tardó un instante en reflexionar y acabar de comprenderle. El instante más tenso de la vida de ambos. Finalmente, alzó la vista y miró a su hijo a los ojos.

- Esa... mujer... -Ernst escupió la palabra, reprimiendose para no blasfemar- no es mi hija. Y por lo tanto, la cosa que lleva en su vientre no es mi nieto. Y jamás, JAMÁS, lo aceptaré como a un hijo, no, nunca. Ha sido engendrado por una pecadora, es hijo del pecado. No merece mi compasión, y mucho menos la tuya. Ahora marchate Jan-Peter, dejame a solas.

Ernst se había puesto en pie al hablar. Entonces se sentó, dejandose caer pesadamente. Cuando Jan estaba a punto de salir del despacho, Ernst rompió el silencio una vez más. Habló con un susurro, sin levantar la vista de su escritorio, pero en su voz se notó un ligero resquicio de dolor.

- Si sales por esa puerta, y vas a buscar a tu... hermana... ya no serás hijo mio.
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kurgan
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Re: Una oveja descarriada

Mensaje por kurgan »

Jan-Peter Gullit

- Esa... mujer... -Ernst escupió la palabra, reprimiendose para no blasfemar- no es mi hija. Y por lo tanto, la cosa que lleva en su vientre no es mi nieto. Y jamás, JAMÁS, lo aceptaré como a un hijo, no, nunca. Ha sido engendrado por una pecadora, es hijo del pecado. No merece mi compasión, y mucho menos la tuya. Ahora marchate Jan-Peter, dejame a solas.

Jan casi cierra los ojos ante las palabras de su padre, se encoge en el asiento, le tiemblan las manos. Está pálido como un muerto. Mecánicamente, se levanta, gira el pomo, y se despide murmurando una disculpa...

- Si sales por esa puerta, y vas a buscar a tu... hermana... ya no serás hijo mio.

Jan cerró la puerta tras de sí, muy lentamente. Luego caminó hasta las escaleras que llevaban al piso inferior, se le cayó el sombrero de las manos, apoyó la frente en la pared y dejó pasar el tiempo. Transcurrieron veinte minutos, aunque él no era consciente.

La maldición de su padre era lo más temible que podría recaer sobre él, ¿no? Pues al progenitor debe obedecérsele. Pero he aquí que Jan pensaba, sabía, que Sigmar deseaba que ese niño no cayese en las garras del pecado.

Ernst estaba inclinado sobre su escritorio cuando la puerta se abrió de nuevo.

-Padre, sólo puedo rezar por estar haciendo lo correcto, que lo veáis y que me perdonéis. Pero Anna es una pecadora, pero... Quiero decir, su hijo es inocente, y es mi sobrino, y no puedo permitir que se condene y se aparte de la luz de Sigmar. Os debo obediencia, y siempre he tratado de cumpliros. Os respeto y pido disculpas si os he ofendido alguna vez. Pero iré a buscar a ese niño, porque es la voluntad divina.

Sin esperar respuesta, Jan abandonó la habitación con paso enérgico. Recogió el sombrero, brincó sobre las escaleras, y fue al lugar en el que le habían dicho que habían visto a su hermana.
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Van Hoffman
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Re: Una oveja descarriada

Mensaje por Van Hoffman »

Jan encontró a su padre inclinado sobre el escritorio y con la botella de vino vacía en su mano cuando volvió a entrar en el despacho. Al oir la puerta abrirse de nuevo, el viejo comerciante alzó la mirada, llena de una mezcla de sentimientos muy peligrosa.

-Padre, sólo puedo rezar por estar haciendo lo correcto, que lo veáis y que me perdonéis. Pero Anna es una pecadora, pero... Quiero decir, su hijo es inocente, y es mi sobrino, y no puedo permitir que se condene y se aparte de la luz de Sigmar. Os debo obediencia, y siempre he tratado de cumpliros. Os respeto y pido disculpas si os he ofendido alguna vez. Pero iré a buscar a ese niño, porque es la voluntad divina.

Ernst no dijo nada. Bien porque no lo intentó, o porque su hijo se marchó sin dejarle responder. Simplemente se quedó contemplando la puerta durante unos minutos, hasta que finalmente, decidió llenarse de nuevo la copa.

Jan bajó las escaleras de la casa de tres en tres, con grandes zancadas y con un objetivo en mente: el prostíbulo del Suiddock. Pero había un problema. No tenía ni idea de cual podía ser. Acababa de salir de la tienda y, como enviado allí por el mismísimo Sigmar, Jan dio de bruces al doblar la esquina con su amigo Ruud Oosterle.

- ¡Jan, por las barbas de Sigmar! Casi me tiras al suelo. Justo ahora iba a buscarte. ¿A dónde vas con tanta prisa?
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Re: Una oveja descarriada

Mensaje por kurgan »

Jan-Peter Gullit

- ¡Jan, por las barbas de Sigmar! Casi me tiras al suelo. Justo ahora iba a buscarte. ¿A dónde vas con tanta prisa?


Tan excitado estaba Jan que dejó pasar la blasfemia de su amigo, sin siquiera advertirla. Sin hacer caso de ninguna de las palabras que decía, lo agarró por la manga.

-¡Ruud! ¡Sigmar te pone en mis manos! ¡Ahora iba a buscarte! ¿De qué te ríes? Bueno, da igual. Vente.

Casi lo arrastró a una esquina de la calle. Azorado, ahora no sabía cómo preguntar... Saludó a una vecina que pasaba con un ganso en un cesto, miró a una barca, luego al suelo, y cuando levantó la vista tenía la cara encarnada como la grana.

-Es... De lo que tengo que hablarte... Querría que me llevaras a ese sitio del Suiddock.

-¿A qué sitio?-Ruud, a buen seguro, lo sabía, mas disfrutaba obligándoselo a decir al mojigato de su amigo.

-Al... A la casa de mala reputación que frecuentas-musitó Jan-. A donde viste a mi hermana. He resuelto ir a buscarla... Escucha, ¿se puede ir ya o hay que esperar a la noche? ¿Hay que pagar para entrar? ¿Se puede ir así vestido?

Señaló a sus propias ropas, completamente negras.
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Re: Una oveja descarriada

Mensaje por Van Hoffman »

Ruud miró de arriba a abajo a su amigo Jan un par de veces, con expresión seria y pensativa. Un joven muchacho paseandose por el Suiddock con la clásica ropa oscura de los sigmaritas reformados atraería las miradas como las velas a las polillas, y eso no se podía permitir.

- Bueno, veo que al final has decidido ir por tu hermana... Lo cierto es que no se si ya se podrá ir, pero lo mejor es esperar a que anochezca del todo. Y definitivamente, así vestido te apalearían y acabarías tirado en un canal. Ven, te llevaré a mi casa y te prestaré algo de ropa.

Ruud llevó a su amigo a su casa, un destartalado edificio de tres plantas junto al Handelaarmarkt. El joven libertino abrió la puerta exterior y entraron en un húmedo pasillo hasta llegar a unas escaleras. Subieron al piso de arriba y Ruud lo llevó a una puerta que había a la derecha de las escaleras. Sacó una llave de un bolsillo y abrió.

- Perdona el desorden, ya sabes que no me gusta limpiar.

Comparada con la distribución de la habitación de Ruud, Marienburgo era un cúmulo de calles y avenidas perfectamente milimetradas. En mitad de aquel caos, Jan se sentía altamente incómodo. Ropa tirada por el suelo y el mobiliario, restos de comida por doquier, botellas de licor vacías amontonadas y un olor mezcla de sudor y brisa marina.

Ruud se internó en su casa y empezó a rebsucar entre trastos y ropa. Sobre una mesa, iba dejando aquello que consideraba propicio.

- Veamos... esta blusa podría valer, si... ah, y un sombrero... oh, me encanta esta chaqueta... unos calzones a juego... no puede faltar un cinturón... estas botas te quedarán perfectas...

Finalmente, Ruud acabó de rebuscar y le ofreció a Jan cambiarse de ropa. Su amigo le había prestado una sencilla blusa de lino blanca, una chaqueta marrón con tres botones, unos calzones también marrones, un cinturón de cuero, unas botas altas y un elegante sombrero azul marino con una pluma blanca. Ahora parecería un marienburgués normal y corriente.
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Re: Una oveja descarriada

Mensaje por kurgan »

Jan-Peter Gullit

Con cuidado de no pisar ninguno de los múltiples objetos que Ruud tenía esparcidos por el suelo, Jan entró en la habitación, y esperó pacientemente a que su amigo seleccionase la ropa. Incluso se tragó todo comentario reprobador acerca del desorden, el alcohol o la falta de un bendito martillo de Sigmar encima de la cama. La verdad es que estaba bastante deprimido, y sus pensamientos giraban en torno a su padre.

Cuando Ruud le llamó la atención, salió de su estupor y examinó las ropas. No eran lo peor que podía encontrarse, sólo tenía queja del sombrero.

-Es demasiado pretencioso, Ruud. Es pavonearse y vanagloriarse llevarlo por la calle. Quizás debería llevar ropas normales y...

Tras cinco o seis minutos de discusión, accedió a tocarse, pero dejó muy claro que previa extracción de la pluma. Poco después estaba vestido "de golfo" y preparado para lo que fuese. Bajó el ala del sombrero para que fuese más difícil reconocerlo por la cara, se escondió el símbolo del marillo que llevaba colgado del cuello bajo la camisa. Tras pensárselo un momento, se fijó al cinto su puñal, un arma sencilla pero hermosa. Un palmo de acero le hacía sentirse más seguro a la hora de enfrentarse a lo desconocido. No sería la primera vez que, tras un disturbio o en una noche oscura, algún miembro de la comunidad reformada aparecía flotando boca abajo en el canal.
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