Mensaje
por Saratai » 31 Mar 2010, 16:40
Gustav Hiller
El joven rubicundo marienburgués entró en la taberna, uno de sus preferidos mesones para rellenar el estómago. Su padre le habia dado algo de dinero aquella semana, para que comprara libros y pagase a su maestro de dicción lingüistica. Gustav era bueno con los idiomas, y su padre queria que el se encargara de la compra y venta de tierras en el extranjero. Él, en cambio, preferia quedarse en las oficinas de su progenitor, y que fueran los extranjeros los que le visitaran a él. Una buena esposa y un sueldo alto eran todas las expectativas del muchacho. Y por supuesto, mantener las viejas amistades que siempre le habian acompañado en su ciudad, de la cual estaba más que orgulloso. Se sentiria solo y desamparado sin todo aquello.
Mmmm, ¡estas salchichas están de muerte!
-Perdona, ¿que le echas a la carne?- cuestionó el joven al cocinero, cuando pasó a recoger unos bártulos en la barra. Tras recibir como respuesta una negativa a dar las recetas y unas gracias por el cumplido, Gustav continuó disfrutando del aroma del mesón, saludando a algún conocido esporádico y pasando la tarde sin más.
Fue en ese proceso cuando vió a un rechoncho hombrecillo sentarse a su lado, el cual inició una conversación.
-Menuda tarde eh, no cabe nadie más.
-Y con razón, esta es de las mejores tabernas del barrio, sino la mejor. Y te lo dice un experto gastronómico que las ha visitado casi todas.
Los dos hombres sonrieron amablemente, y Gustav estuvo feliz de conocer a un tipo tan extrovertido. Eran precisamente esas cosas lo que más le unian a la ciudad, y lo que le hacia reticente a marcharse.
-Me llamo Ludwig Prost, y soy un comerciante imperial de Talabheim. No es la primera vez que vengo, por supuesto, pero estoy contento de volver. Es una ciudad magnífica, con sal en el aliento y oro en las venas. Me llena de vitalidad.
Gustav rió con ganas, si algo le gustaba es que hablaran bien de su amada ciudad.
-Es un placer, herr Prost- contestó Gustav mientras le estrechaba la mano al comerciante. Gustav miró sus ropas, y las comparó con las de su interlocutor. La moda marienburguesa estaba por encima, tanto en colores como en diseño, a la de las centrales provincias imperiales, pero el comerciante llevaba una buena combinación. Para el rubio muchacho, un hombre con gusto por la moda era un hombre culto y digno de interés.
-Magnifica por su habitantes, de entre los cuales puedes encontrar desde el más noble de los señores hasta el más vil de los criminales, en un todo armonioso que a más de un imperial ha desconcertado. Pero mucho me temo que es usted un hombre de soberbio paladar para apreciar tales sutiles diferencias sin alarmarse lo más minimo, y alzo mi jarra por ello. De todos modos, mi opinión es en el mejor de los casos, subjetiva para con ella, puesto que amo desde el más bajo de los puertos hasta el más hermoso de sus blancos palacios.
Gustav pidió otro plato para Prost, la especialidad de la casa. Cuando el comerciante hizo ademán de pagar, Gustav le paró. -Por favor, es usted huesped en mi ciudad, y que horrible anfitrión seria yo si le dejara gastar sus bienes en mi casa. A todo esto, soy un maleducado, aun no me he presentado. Me llamo Gustav Hillem, hombre de ciencias pero de limitada cultura. Nunca he salido de esta gran urbe, y me duele no poder alabar las grandes cualidades talabeclandesas por mi gran desconocimiento de ella por lo que ruego disculpe mi ignorancia. Seria un honor si vuestra merced me contará algo de su hogar mientras disfruta de este plato especiado que le garantizo, no le defraudará.