Negocios peligrosos
Publicado: 29 Mar 2010, 23:15
Tarde del 29 de Sommerzeit de 2521, Aubentag, antesala del despacho de Marquandt
La tarde era calurosa y sofocante en Goudberg. Sin embargo, como por arte de magia, dentro de la sala previa al despacho del mercenario, se estaba fresco y cómodo. Tras un escritorio, frente a él, una mujer repasaba papeles e iba haciendo anotaciones mientras, de vez en cuando, lo miraba de reojo. La misma mujer que le había dado cita para aquella tarde hacía tres días, una mujer gorda y con cara de pocos amigos, extremadamente pulcra y eficiente en su trabajo y muy meticulosa.
Junto a la gran puerta de roble por la que esperaba entrar en breve, un enorme kislevita hacía guardia, con los brazos cruzados. Al otro lado de la sala, junto a la puerta que daba a la calle, otro armario, de rasgos sureños, imitaba a su compañero. Aldebrand van Niderlitz tamborileaba nervioso en los reposabrazos del sillón en el qué estaba sentado. En ese momento, la gruesa puerta de roble se abrió.
Un hombre gordo con aspecto de morsa se dio la vuelta al llegar al umbral, encarandose con quien hubiese dentro de la sala. Por su ropa, aquel hombre debía tener muchísimo dinero, muchisimo más del que la retorcida mente del joyero podía siquiera imaginar.
- Ha sido un placer hacer negocios con usted, herr Marquandt. -el hombre hizo una torpe reverencia y se acercó al mostrador donde Velma la secretaria le esperaba. La puerta de roble se cerró.
La secretaria y el hombre acabaron de redactar el contrato, y una gran bolsa que repiqueteaba con el conocido tintineo de los florines cambió de manos. Finalmente, el hombre rico se marchó, y Aldebrand, nervioso, escuchó las palabras que esperaba oír desde hacía casi un cuarto de hora.
- Herr van Niderlitz, puede pasar.
El kislevita golpeó la puerta dos veces, y ésta se abrió desde dentro. Una vez el joyero se hallaba dentro del despacho, dos armarios mucho más amenazantes que los de la otra sala, cerraron la puerta y lo dejaron a merced del mercenario y sus hombres.
- Ah, herr van Niderlitz, que puntual. -Tobias Marquandt, propietario de la más prestigiosa compañía de guardaespaldas de Marienburgo, estaba sentado tras su inmenso escritorio de madera rematado con mármol tileano. Las paredes estaban llenas de armas y armaduras brillantes y de gran calidad, y era fácil distinguir la gran variedad de artesanos y naciones de las que habían salido. El mercenario no era un hombre de gran voluminosidad, pero era obvio que era fuerte. Su cabello rubio estaba cortado al estilo militar, y su rostro estaba bien afeitado salvo por el espeso bigote curvado hacia arriba y acabado en punta. Tenía la nariz rota, y una cicatriz fruto de Sigmar sabía qué pelea, le surcaba la mejilla izquierda. Sus ojos gris-verdoso lo examinaron de arriba a abajo.- Sientese por favor. Me alegro de que haya recurrido a mis servicios en tiempos de necesidad. Bien, digame, ¿qué necesita de mi compañía?
FDI: Adelante con tu pj, Weiss
La tarde era calurosa y sofocante en Goudberg. Sin embargo, como por arte de magia, dentro de la sala previa al despacho del mercenario, se estaba fresco y cómodo. Tras un escritorio, frente a él, una mujer repasaba papeles e iba haciendo anotaciones mientras, de vez en cuando, lo miraba de reojo. La misma mujer que le había dado cita para aquella tarde hacía tres días, una mujer gorda y con cara de pocos amigos, extremadamente pulcra y eficiente en su trabajo y muy meticulosa.
Junto a la gran puerta de roble por la que esperaba entrar en breve, un enorme kislevita hacía guardia, con los brazos cruzados. Al otro lado de la sala, junto a la puerta que daba a la calle, otro armario, de rasgos sureños, imitaba a su compañero. Aldebrand van Niderlitz tamborileaba nervioso en los reposabrazos del sillón en el qué estaba sentado. En ese momento, la gruesa puerta de roble se abrió.
Un hombre gordo con aspecto de morsa se dio la vuelta al llegar al umbral, encarandose con quien hubiese dentro de la sala. Por su ropa, aquel hombre debía tener muchísimo dinero, muchisimo más del que la retorcida mente del joyero podía siquiera imaginar.
- Ha sido un placer hacer negocios con usted, herr Marquandt. -el hombre hizo una torpe reverencia y se acercó al mostrador donde Velma la secretaria le esperaba. La puerta de roble se cerró.
La secretaria y el hombre acabaron de redactar el contrato, y una gran bolsa que repiqueteaba con el conocido tintineo de los florines cambió de manos. Finalmente, el hombre rico se marchó, y Aldebrand, nervioso, escuchó las palabras que esperaba oír desde hacía casi un cuarto de hora.
- Herr van Niderlitz, puede pasar.
El kislevita golpeó la puerta dos veces, y ésta se abrió desde dentro. Una vez el joyero se hallaba dentro del despacho, dos armarios mucho más amenazantes que los de la otra sala, cerraron la puerta y lo dejaron a merced del mercenario y sus hombres.
- Ah, herr van Niderlitz, que puntual. -Tobias Marquandt, propietario de la más prestigiosa compañía de guardaespaldas de Marienburgo, estaba sentado tras su inmenso escritorio de madera rematado con mármol tileano. Las paredes estaban llenas de armas y armaduras brillantes y de gran calidad, y era fácil distinguir la gran variedad de artesanos y naciones de las que habían salido. El mercenario no era un hombre de gran voluminosidad, pero era obvio que era fuerte. Su cabello rubio estaba cortado al estilo militar, y su rostro estaba bien afeitado salvo por el espeso bigote curvado hacia arriba y acabado en punta. Tenía la nariz rota, y una cicatriz fruto de Sigmar sabía qué pelea, le surcaba la mejilla izquierda. Sus ojos gris-verdoso lo examinaron de arriba a abajo.- Sientese por favor. Me alegro de que haya recurrido a mis servicios en tiempos de necesidad. Bien, digame, ¿qué necesita de mi compañía?
FDI: Adelante con tu pj, Weiss